Conceptualizando la Complejidad:
Las preguntas que guiarán nuestro estudio son:

¿Podemos definir la complejidad como un concepto y llegar a medirla?
¿Por qué es importante comprender la complejidad para analizar los problemas de hoy?
Debemos entender que la complejidad la podemos encontrar en todas partes. Dentro de cualquier sistema del universo que es, fue o será. La complejidad se puede observar en las estrellas y galaxias. Se puede ver en la naturaleza, en plantas y animales. Se puede ver en las máquinas y artefactos que construimos. En nuestras organizaciones sociales y productivas hasta incluso en la intrincada red de nuestra llamada “civilización global”.

En general, la complejidad se puede ver como un sistema de bloques de construcción variados y diversos que producen efectos que son mayores que la suma de sus partes, que es el principio general del holismo de Aristóteles en sus escritos de metafísica.
En esta misma línea podemos mencionar que todos los sistemas complejos contienen elementos comunes. Todos tienen tendencias comunes. Todas las formas de complejidad están conectadas entre sí. De hecho, en la historia del universo, los hemos visto surgir unos de otros: Las estrellas crean elementos, los elementos forman la vida y parte de esa vida genera tecnología y cultura. Todo está unido en un continuo.
Como tal, la comprensión de la complejidad puede ser útil para abordar problemas en cualquier tipo de campo y de cualquier temática imaginable; ya sea esta científica, ética pasando por los ámbitos socioeconómico o ambiental, por mencionar algunos. Mirar un problema complejo desde un punto de vista transdisciplinario puede aumentar nuestra capacidad para idear soluciones a ese problema.
El origen del uso científico moderno de la palabra complejidad se encuentra arraigado en la geometría matemática del siglo XIX, las clasificaciones biológicas del siglo XX y el estudio de la termodinámica irreversible. La ciencia de la complejidad ahora pasa por todas las disciplinas académicas que se aplican a la gestión de sistemas.

Dentro de las empresas al mirar la relación de las muchas variables que debe considerar la organización para lograr los mejores resultados. En economía, al mirar los recursos integrales a macroescala y los actores involucrados y sus objetivos y anhelos particulares. En meteorología, al observar los cambios casi impredecibles de tiempo y las tendencias ineludibles del clima. En neurociencia, al observar la maraña de interacciones y el surgimiento de la conciencia en el cerebro. En antropología, al observar el tejido de relaciones, dependencias e intercambios que componen el sistema humano e incluso en el siguiente pináculo de la evolución humana al crear y mejorar la inteligencia artificial.
Y en sí, aquí está el problema. No se ha establecido una única definición satisfactoria de complejidad entre los expertos. Las definiciones son cercanas, pero difieren sutilmente en su redacción.
Pero estos sutiles desacuerdos marcan la diferencia en cómo se evalúa la complejidad. Si consideramos un sistema más o menos complejo que otro. Cómo medimos esa complejidad. Y, sobre todo, cómo llevamos lo que sabemos al planteamiento de una solución dentro de los problemas complejos.
Esto también da lugar a muchos debates semánticos/interpretación y diferencias de opinión que mantienen a los expertos discutiendo durante horas cada vez que intentan definir la complejidad. Es más, la complejidad en la ciencia se ve enormemente obstaculizada por el uso idiomático de lo complejo desde su uso en el lenguaje común, por encima de la concepción científico. Por lo general, se entiende que la complejidad puede significar algo que es difícil de entender; y esto no es tan útil como primera aproximación.
Por ejemplo, seguro que en general existe dificultades para comprender cómo es el proceso de fusión nuclear en el corazón de una estrella, pero no hay duda de que la masa de hidrógeno y helio en nuestro cielo nocturno es mucho menos compleja, en comparación, con la cadena de elementos más pesados, el diseño intelectual, las redes de fabricación y las redes eléctricas de la ciudad que se utilizan para construir y encender una bombilla.

Aquí podemos darnos cuenta de que hay dos intentos de definir la complejidad. En primer lugar, un estado de complejidad, complicación, variedad o participación como en las partes interconectadas de un gran sistema. Cualidad de tener muchos componentes interactivos al mismo tiempo. Y, en segundo lugar, cuando se producen conexiones e interacciones cada vez más variadas entre un número creciente de bloques de construcción más diversos.
¿Notamos algún problema aquí?
Déjenme darles una pista. Palabras, palabras y más palabras. Una cadena de adjetivos y sustantivos impedidos por impresiones idiomáticas de complejidad que se cuelan en la conversación. Pros que se pueden interpretar de diferentes maneras y guían a las personas en dos direcciones distintas a la hora de decidir qué es la complejidad, de dónde viene y qué cosa es más compleja que otra.
Ahora, comparemos una bombilla contra un cerebro humano.

Y una persona podría decir, razonablemente, que no hay forma de que un cerebro humano, con todas sus neuronas y poder de cálculo, con más nodos que estrellas en la galaxia, sea menos complejo que una bombilla. Pero otra persona podría contrarrestarlo, diciendo sí, pero esa bombilla proviene de un largo proceso de evolución y aprendizaje como especie en el que millones y millones de cerebros acumularon más y más conocimientos durante miles de años para no solo inventar, sino producir en masa esas bombillas.
Si basamos nuestra comprensión de la complejidad completamente en argumentos basados en la prosa, vamos a pasar un montón de tiempo definiendo la complejidad. Mucho menos, tener una perspectiva clara de cómo funciona.
Si la complejidad es un fenómeno físico universal, debería haber una forma de cuantificarlo empírica y matemáticamente, como la mayoría de las cosas en física. El lenguaje es una carga pesada a la hora de definir conceptos científicos. Cada palabra puede ser muy imprecisa y resbaladiza. El lenguaje es una representación de la realidad. Un idioma que representa con mucha precisión la realidad es la matemática.
Entonces, volvamos a lo básico. Cuando miramos los sistemas complejos del universo durante 13.800 millones de años, ¿qué vemos? El surgimiento de sistemas más complejos, desde las estrellas hasta la vida y las sociedades. Vemos un aumento en la cantidad y variedad de componentes básicos para formar nuevos sistemas.
También vemos un aumento en la densidad de la tasa de energía libre para mantener o aumentar la complejidad de esos sistemas. Una forma de vida necesita mucha más energía por gramo por segundo de la que necesita una estrella para seguir adelante, razón por la cual la forma de vida sale activamente en busca de alimento. Una sociedad necesita aún más energía.
Entonces, aquí tenemos una métrica objetiva, una cierta cantidad de energía libre que atraviesa una cierta cantidad de masa en un cierto período de tiempo.

Una bacteria no tiene más energía total que una estrella, ni siquiera se le acerca. Pero la energía necesaria para mantener en marcha algo tan complejo como un organismo es mucho más densa, mucho más concentrada. Lo mismo ocurre con la sociedad actual. La energía fluye para crear todos estos componentes básicos, mantenerlos y, con el tiempo, aumentar sus conexiones.
Con esta medida, que es bastante fácil de hacer, obtenemos una métrica aproximada para toda la complejidad del universo. Una medida que no dependa de argumentos basados en prosa y palabras escurridizas.

Ahora podemos pasar a nuestra segunda pregunta
¿Por qué es importante comprender la complejidad para analizar los problemas de hoy?
Bueno, porque existimos en un momento en el que la complejidad está alcanzando un máximo histórico. Esto no se debe solo a que nuestras sociedades involucran legiones de cerebros y muchos bloques de construcción y tecnologías diferentes que interactúan, sino a que se ha intensificado la energía requerida para mantener ese sistema en funcionamiento.
La mayoría de los problemas que amenazan la estabilidad global en la era moderna provienen de la necesidad de energía de nuestra sociedad global para mantener o aumentar nuestra complejidad y los efectos adversos sobre la biosfera cuando recolectamos esa energía.

Como tal, nos enfrentamos a una serie de problemas interrelacionados, entre los que se puede mencionar a:
¿Cómo mantener la economía estable y en crecimiento?
¿Cómo minimizar cualquier impacto en el medio ambiente?
¿Cómo mantener a flote a las comunidades desarrolladas mientras se aborda el creciente problema de la pobreza en el mundo en desarrollo?
En tal sentido, debemos comprender que la complejidad varía en cada aspecto y dimensión de manera interconectada. Por lo tanto, es necesario que aprendamos a reconocer los patrones y conexiones que la conforman para tratar de entenderla y si nuestra propia complejidad lo permite, poder gestionarla para nuestro bien sistémico.