Calcular huellas: desde la huella ecológica hasta la huella de carbono
Estas raíces se inician en los años 70s con el desarrollo del pensamiento económico aplicado a los desafíos ambientales que fueron comentados con tanta preocupación en el libro La Primavera Silenciosa de Rachel Carson en 1962, el informe del Club de Roma Los Límites al Crecimiento en 1972, y en la Cumbre sobre el Medio Ambiente Humano en Estocolmo el mismo año.
Los temas principales que me gustaría transmitir son estos: la importancia de la economía ecológica como disciplina y la teoría de sistemas, y su relación con una nueva conciencia ambiental desde los años 60s. Segundo, el origen de la huella de carbono en la huella ecológica. Finalmente, el rol de la huella de carbono actualmente como herramienta para responder al cambio climático.
La intención es vincular tres elementos de la historia de la crisis socio-ecológica y las respuestas a ella. Tenemos la Conferencia de Estocolmo de 1972. Posterior a la publicación de libros sobre la contaminación química, en la Primera Silenciosa de Rachel Carson en 1962, y la Bomba Población de Paul Ehrlich in 1968, esta Conferencia buscaba responder a las crisis de la contaminación, la relación entre crecimiento poblacional y la disponibilidad de recursos, y temas de pobreza e insalubridad. Durante los 70s, surgió la economía ecológica como sub-disciplina para evaluar y medir estos desafíos. Estas mediciones de las interrelaciones socio-ecológicas fueron complementadas con la teoría de sistemas de Von Bertalanffy. En la teoría de sistemas, la importancia de reconocer relaciones, conexiones y retroalimentaciones fue enfatizada. Más reciente, Kate Raworth y su concepto de ‘economía del donut’, demuestra estas conexiones entre procesos naturales y dimensiones socio-económicas, para ‘un espacio seguro y justo para la humanidad’.
Otro ejemplo del vínculo entre sistemas y economía ecología es el trabajo realizado en Kalundborg in Dinamarca para vincular actividades y procesos productivas y residenciales para maximizar el uso de recursos, productos y biproductos. Es un ejemplo de lo que se llama ecología industrial.
Ejemplos basados en evaluaciones de territorios urbano-regionales, como en el caso de Santiago de Chile y Antofagasta, ofrecen evidencia de aplicaciones para evaluar la sustentabilidad regional, integrando muchas variables. Los métodos usados incluyen la huella ecológica, flujo de materiales, y el índice de progreso genuino. Estos métodos se basan en evaluaciones sistémicas, incluyendo instrumentos que fueron parte de la evolución de la economía ecológica.
La huella ecológica es el precedente para la huella de carbono. Una metodología que surge de la colaboración entre Mathis Wackernagel y William Rees, la huella ecológica busca medir el consumo de materiales, alimentos, agua, energía u otros elementos, y comparar este consumo con el territorio requerido para generar estos elementos. Para poder resumir este cálculo, el resultado se mide en hectáreas per cápita, por año.
El proceso de recolectar datos diversos en distintas categorías es complejo. Sin embargo, el cálculo final nos da una estimación de la capacidad de carga de un territorio y la relación con el consumo de los habitantes en este territorio. Cuando el consumo excede la capacidad de carga del territorio, hay una huella sobre otros territorios. El primer cálculo realizado en una ciudad-región, fue el caso de Santiago de Chile, hecho por Wackernagel con el Instituto de Ecología Política, y publicado en la revista Local Environment en 1998.
Es a nivel internacional que la huella ecológica ha tenido mayor impacto, a través de las colaboraciones para afinar la metodología en el Global Footprint Network. Las figuras en el video-cápsula relaciona la huella ecológica de cada país, en el eje Y con el Índice de Desarrollo Humano en el eje X. El índice de desarrollo humano relaciona cuatro indicadores de desarrollo humano: alfabetismo, años de escolaridad, longevidad, e ingresos. El cuadrante indica una zona de buen nivel de desarrollo humano, con una huella ecológica reducida.
Usos de la huella ecológica aparecen en otros cálculos de economía ecológica también, como el índice de planeta feliz, donde la satisfacción de la vida y la longevidad – elementos que queremos maximizar, son divididos por la huella ecológica, que queremos disminuir.
La huella de carbono está presente en la huella ecológica, en la dimensión de energía y el uso de fuentes fósiles. Sin embargo, la huella de carbono ha sido reforzada como herramienta para enfrentar el cambio climático, separado de la huella ecológica más amplia. Básicamente la huella de carbono mide el nivel de una actividad y el factor de emisiones asociadas.
Un ejemplo. Si queremos medir las emisiones de un vehículo, necesitamos saber el consumo de combustible – bencina y diésel, y multiplicarlo por el factor de emisión asociado, por ejemplo, cuántas emisiones de CO2, en toneladas, equivalen a un litro de bencina.
Cuando medimos todas las actividades en un país, tenemos las emisiones de CO2 nacional, y podemos comparar estas emisiones de carbono. Adicionalmente podemos ver las emisiones en relación con el crecimiento económico, medido como el producto interno bruto. Es otra forma de comparar los países.
Sin embargo, debemos considerar que cada país también tiene la posibilidad de secuestrar carbono con sus bosques, que absorben dióxido de carbono. Un país que tiene más capacidad de secuestro que sus emisiones, no registraría una huella, de la misma forma que la huella ecológica. Es por eso que la huella de carbono nos ayuda a pensar en balances, entre emisiones y secuestro o captura de carbono. Podemos reducir emisiones, pero a la vez podemos aumentar la capacidad de secuestro, con nuevos bosques, por ejemplo.
La ventaja del cálculo de huella de carbono es que sirven para medir nuestras propias prácticas diarias, como huellas personales, mientras que sirven para instituciones como universidades, empresas y ministerios, como para territorios como islas, ciudades y regiones. En las negociaciones internacionales, son los inventarios nacionales que han documentado los balances de carbono, y las huellas de carbono de cada país. Sin embargo, los desafíos de reducir las huellas son para nosotros mismos y las instituciones donde estudiamos y trabajamos. Las universidades tienen una gran tarea durante este siglo para promover capacitación y respuestas al cambio climático.
En resumen, la economía ecológica como sub-disciplina que surgió en los 70s, no ayuda a medir en forma sistémica e integrada. La huella ecológica es un ejemplo de ella, basado en un análisis de capacidad de carga territorial y consumo de la población en este territorio. Finalmente, la huella de carbono que desprende de la idea de la huella ecológica, nos ayuda a medir emisiones de CO2, en términos de volumen total, en términos de su impacto como gases de efecto invierno en la atmósfera, con los factores de emisión por cada elemento, y también para ver el balance entre emisiones y captura de carbono, reflejado en una huella.
Es una herramienta clave para calcular las huellas de nuestras propias universidades, y de allí implementar acciones concretas.
Dos preguntas que sirven para reflexionar sobre la materia presentada son las siguientes:
Primero, ¿Cómo podemos entender mejor los efectos sistémicos de las emisiones, reducciones y secuestro de carbono? Y ¿Qué falta para aumentar esa conciencia sistémica?
Segundo, ¿Cuáles son las diferencias, y las ventajas y desventajas, si comparamos la huella ecológica con la huella de carbono?